Estimada
señora de ojos grandes:
Me
permito contarle una herstoria, que en realidad es una ownstory, un
cuento propio...
Hace
unos cuantos años que empezó mi caminar político en lo colectivo,
mi "actuancia", siguiendo a la Margarita Pisano, en una
asamblea de estudiantes libertarios (y lo pongo así, en masculino,
porque así nos nombrábamos y así nos relacionábamos, aunque estas
cosas una las empieza a releer con la distancia y el tiempo). Éramos
un grupo pequeño y de tod@s sólo dos
mujeres, una Otra y yo. Además, que estas cosas cuentan mucho,
también andaban en ese espacio el que era entonces mi compañero y
el que fue el compañero de ella, así tan bonit@s
nos veíamos en las asambleas...
¡A mí
me parecia tan linda!
Disolvimos
el colectivo cuando nos fuimos cada un@ a vivir fuera, ella a
Granada, yo a Valencia...Ni me acuerdo de cómo pero yo hice por
mantener el contacto, por saberla, porque ella me supiera, por
encontrarnos. Con el tiempo nos fuimos conociendo y un día nos
contamos la herstoria, nuestra herstoria, desde el cuerpo de cada
una: nos gustábamos, ¡nos gustábamos! Nos gustábamos desde el
principio y sin embargo no supimos darle cuerpo y posibilidad a otras
formas de compartirnos.
No
tuvimos referentes para el Afuera. Lo normal, lo "real" era
lo hetero, lo posible. Compartimos lo que cabía ahí dentro: la
afinidad. Nos hicieron falta años de tanteo, de acercamiento; de
conocer otras gentes, otras realidades, otras teorías afuera de la
norma, para abrir otras posibilidades, empezando por poder imaginar.
Con el
tiempo nos hablamos de todo esto: ¡ay, si hubiera sabido entonces lo
que tú sentías! ¡ay, si yo hubiera sabido lo que sentías tú! Ay,
si hubieramos sabido todo lo que sabemos ahora de lo políticos que
son el amor y el deseo. Teníamos tanto cuidado de no invadir a la
Otra que nos quedábamos lejos, bien lejos de los límites de verdad,
y nos perdíamos todo lo que cabía en el camino de acercarnos un
poquito más, un poquito más...
Si le
cuento todo esto, amiga, amora, compañera, es porque aprendí algo.
Aprendí dos cosas importantes que le quiero compartir:
Una es
que necesitamos referentes. Nosotras y las que vienen (y las que ya
pasaron pero tan rápido que ni cuenta se dieron de otras
posibilidades). Por eso me parece tan importante construirnos
visibles, dar cuerpo a otras realidades: somos, existimos, y creamos
otras estrategias para relacionarnos afuera de la norma. Andamos
creando otras identidades estratégicas, más fluidas, que nos
permiten vernos, vincularnos y compartirnos desde un "yo"
más integral, no sesgado, menos encajado en los armarios de la
normatividad. Eso es real. Lo estamos haciendo y viviendo cada día.
El que otras sepan de nuestras realidades les puede servir para poder
imaginar. Tan sencillo y con una influencia tan fuerte en nuestros
devenires: que haya posibilidades en lo simbólico que alimentar, por
las que luchar, imágenes que asimilar-modificar-recrear desde una
misma-multiplicar-mutar-etc. Creo que crear referentes cataliza
los procesos de empoderamiento y producción de otras realidades no
normativas.
(Además
de que nuestras herramientas, muchas ellas aprendidas/heredadas de
Otras que nos precedieron, pueden resultar útiles para otras. Forman
parte de la cultura de este afuera.)
Y la
otra que aprendí es que el amor y/o los deseos no normativos no
violentan simplemente por existir. Que pueden tener espacio y cuerpo
y ser nombrados desde el cuidado y el respeto a los espacios ajenos,
y desde la fuerza alegre y serena de saber que valen la vida.
[Ni más ni menos que como los demás amores y deseos...]
Y es
con todo esto que le vengo a decir: Me gusta. Usted, señora de ojos
grandes y cuerpo rebelde, usted me gusta. Y es que la siento afín y
la complicidad me hace cosquillas, y es que la política que llevamos
inscrita en los cuerpos y que andamos descosiendo y rehilvanando
también me gustaría probar a juntarla en retazos deseantes, probar.
Probar con usted a tantear e intuir, quizá quien sabe si construir
tantito, esos caminos de la política de la construcción de los
deseos y de las sexualidades allá Afuera.
Nada
más quería que usted, compañera, me supiera. Que no fuera que un
día nos encontrasemos y nos tuvieramos que decir "¡ay, si yo
la hubiera sabido!", "¡ay, si la hubiera sabido yo a
usted, compañera!"
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