martes, 7 de febrero de 2012

Mujeres de agua


Cuentos que te contaría antes de levantarnos
un día de lluvia detrás de la ventana,
y café sin madrugar.
De cómo el sol es una mujer desnuda
que ha decidido esconderse detrás de las nubes
para pasar todo el día
 amando a la luna.
De cómo en la lluvia están los nombres de todas las cosas del mundo,
y para saberlo
sólo tienes que salir
y dejar que las gotas lo escriban sobre tu piel.
De cómo una diosa cerró los ojos
y dejó que su cuerpo se hiciera bosque
y de ese bosque
viniste tú…
De cómo debajo de mi cama
hay un agujero por el que escucho a los monstruos que escriben todos los cuentos
para cuando llegue el invierno.
Escucho
y me aprendo algunos
que luego te cuento…

“Hubo un tiempo en que las mujeres fuimos de agua. Allí nacimos, y las corrientes nos dieron forma y sabor. Como bancos de peces migrábamos en bandadas, habitando los océanos con las medusas, los moluscos, las estrellas, los corales.
Mujeres habitando los recovecos que las islas forman bajo el mar, tribus habitando grietas, cuevas y arrecifes. Mujeres pequeñas y grandes, como quisquillas y cachalotes, mujeres en simbiosis con anémonas y peces-payaso, con especies abisales fosforitas a 10.000 metros bajo el mar. Mujeres peces voladoras que cruzan el cielo por un instante y centellean al sol.
Mujeres nadando en los ciclos lunares. Mujeres alimentándose de la luna.
Aunque hay mujeres que siempre vivieron en los mares, cuyas descendientes siguen habitando las profundidades de este mundo, otras migraron con las corrientes por canales que se ensanchaban y formaban lagos. Y llegaron las sequías.
Y quedaron varadas en las lagunas saladas, y se mezclaron con la tierra, y se hicieron barro que el sol secó. Así esos cuerpos se endurecieron y pudieron desperezarse y girar sobre la tierra, reptar, gatear y caminar.
Esas mujeres llenas de sol se adentraron en los bosques, en las montañas y en las selvas, en los valles, en las nieves y en los trópicos.
Y establecieron nuevas simbiosis, con los helechos, con las raíces, con las lianas. Con los arbustos, con los ratones, con las lechuzas.
Y poco a poco formaron tribus, que fueron acumulando saberes y formas de hacer de este nuevo mundo. Y parieron canciones, y nacieron danzas y contaron cuentos que hablan de quiénes somos, de dónde venimos, y de cómo llegamos aquí.
Una de esas tribus se asentó cerca de aquí, tierra adentro, en la tierra del romero y la encina, de los bosques de pino y los ríos, y contaron cuentos para no olvidar de generación en generación.  Como este cuento, que llegó hasta mí, y yo te lo cuento a ti para que recuerdes que, aunque somos de tierra antes fuimos de mar, que hoy somos de sol y de agua a partes iguales.
Y es por eso que las lágrimas y el sexo nos saben a sal, porque vienen del trocito de océano que trajimos con nosotras.
Otro día te contaré el cuento de qué pasa en el retazo de mar que llevamos dentro cuando crece la luna y sube la marea…pero ése, para otra noche de cuentos.”


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