martes, 24 de abril de 2012

El otoño de los jacarandás


Cuando llegué aquí
los jacarandás estaban en flor,
ya empezando a caer.

Los parques estaban literalmente inundados de flores
y el más pequeño soplo de aire nos traía una lluvia lila,
los jacarandás chispeando,
janitzio* (flor de lluvia,
o la lluvia en flor).

Ahora ya terminó de llover
ya no tienen flores
y se ven verdes, exhuberantes.

En el suelo aún quedan
las flores marchitas
arrugadas
pequeñas

se me enreda en los pies el otoño de los jacarandás
mientras me lleno los ojos con la primavera insolente
y verde de sus copas.



(* palabra tarasca/purépecha, lengua de lxs tarascxs, comunidad indígena del estado de Michoacán)



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A veces me siento así, como un árbol en su crecer tranquilo, sin prisa pero sin pausa. Veo y siento cómo van fluyendo las consecuencias del trabajo continuo que empecé conmigo misma y con mis Otras hace ya, antes incluso de saberlo (y de sabernos).

Me siento feliz y confiada con este construir poco a poco que veo que me acerca a quien quiero ser y a cómo imagino mi vida.

Y no es que me deje a la deriva, es que me llega un momento del ciclo en el que toca relajarse y dejarse llenar de sol, y brotarbrotarbrotar en cientos de hojas verdes, sin necesidad, sin objetivo y sin permiso.

Y a veces, además, de repente la suerte decide besarte en la nuca o en los tobillos sin que te des ni cuenta.

Y entonces, además, floreces.

Vivir un momento dulce
de repente tanta ilusión regalada
así, porque la vida se siente generosa
así, por desbordamiento.

Y aunque no lo creas posible
a veces se acaba un ciclo
y las flores caen
y sin embargo tú sigues siendo una primavera insolente,
porque el otoño de los jacarandás te besó los parpados
pero supiste cómo hacer para que no se te enredara en las raíces.




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