- Abuela, abríme la caja de caramelos!
La carne erizada de Amanda siente
los ojos enormes de la criatura inundarle de impaciencia y ganas la
espalda. Claro que ella no entiende todos los recovecos de su cuerpo
que se van a abrir, si abre la cajita de caramelos de violeta que la
acompaña en su mesilla desde hace tantos años. Antes de la cajita
en su mesilla siempre había chocolate, para espantar las pesadillas.
Noches de sueños que le atenezaban la garganta. Tres de la mañana y
el sudor frío en la piel que se ve pálida siendo mulata, ruido en
la calle, miedos agazapados detrás de los ojos. Y sin embargo como
niña, un pedacito de chocolate sireneándole en la boca la mecía
otra vez de camino al sueño dulce.