- Abuela, abríme la caja de caramelos!
La carne erizada de Amanda siente los ojos enormes de la criatura inundarle de impaciencia y ganas la espalda. Claro que ella no entiende todos los recovecos de su cuerpo que se van a abrir, si abre la cajita de caramelos de violeta que la acompaña en su mesilla desde hace tantos años. Antes de la cajita en su mesilla siempre había chocolate, para espantar las pesadillas. Noches de sueños que le atenezaban la garganta. Tres de la mañana y el sudor frío en la piel que se ve pálida siendo mulata, ruido en la calle, miedos agazapados detrás de los ojos. Y sin embargo como niña, un pedacito de chocolate sireneándole en la boca la mecía otra vez de camino al sueño dulce.
Cuando otras y sus otros cuerpos
empezaron a sirenearle en la noche, fueron pasando las semanas y los
meses y el chocolate ahí quedaba sin tocar, y verlo cada mañana se
le hacía un reflejo a pinceladas de su propio cuerpo dulce y
tostado, sin venirse a menos, sin hacerse cada noche más chiquito.
Amanda Chocolate le decían, tu cuerpo
es el cuento que hace olvidar cualquier pesadilla.
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