Amanda recuerda aún cuando tenía que ponerse de puntillas para tirar de la manivela que abre las puertas del vagón, quien sabe, 20 o 30 veces al día.
Recuerda un día, después de muchos iguales, después de vagar caminando de vagón en vagón, recuerda cuando una vez más entró en el tren empujada por una masa de gente mayor. Viéndoles cómo van vestid@s ella imagina en qué trabajan, mira sus ojos tristes que la huyen, inventa qué habrá en sus bolsas y mochilas, y cómo sería estudiar medicina o leyes. Ella no cree que nadie vaya a la universidad a hacer dibujos, por ejemplo, no entiende qué sentido podría tener que un alguien otro te dijera que un dibujo tuyo tendría que ser de otra manera. Así que sus universitari@s supuest@s siempre estudian cosas como medicina, leyes o matemáticas, y llevan maletines o mochilas llenas de montones de papeles repletos de nombres raros que sólo entiendes si llevas las gafas puestas. Es una pena que ella no necesite gafas, según le dijo una vez un hombre que encontró solo en un vagón y que le dio un trozo del bocadillo que estaba comiendo. Le hizo dibujos en un papel y se ponía más cerca y más lejos, y le preguntaba cuál dibujo era cada uno y ella siempre acertaba porque los dibujos eran muy sencillos, y bueno, le dijo él, no te preocupes que tú ves muy bien y no te van a hacer falta gafas, y ella le contestó que bueno, que distinguir los dibujitos para bebés no era difícil, lo que ella quería era entender las cosas de mayores, las cosas que estaban escritas en los libros y en los diarios que lee la gente grande que ve sentada en el metro, porque igual y ahí estaba el cómo se hace para subir al metro para ir a un trabajo o a un concierto y no subir al metro para vender bolis, como hacía ella siempre.
Y ahí estaba un otro día entrando arrastrada al vagón. Aún no llegaba ni a la altura del pecho de la primera mujer a la que se acercó ese día para ofrecerle 3 bolígrafos por 1 euro, 10 años y ni forma de llamarla pequeña con esa mirada en los ojos. Ya justito toma aire para la serenata de los bolis cuando la oye: "¡Chocolaaates! ¡1 chocolate 50 céntimos, 3 por 1 euro! ¡un chocolate dulce para la mitad de la mañana!"
Y no sabe qué le gusta más, si sus ojos lindos, su pelo corto o los chocolates que tiene en la mano. Lo que sí sabe es que donde hay chocolates no mandan bolis, y se apoya en la pared del vagón, mitad fastidiada mitad fascinada, a verla pasear los chocolates delante de los ojos golosos de media mañana.
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