Cuando tenía 16 años (de hecho unos días antes de cumplirlos) se mató una amiga mía en un accidente de moto. Este tipo de amigas mejores amigas adolescentes amigas para siempre. De ese tipo de amigas que ya sabíamos qué íbamos a estudiar al terminar el instituto, y que habíamos decidido que iríamos las dos a Valencia a estudiar psicología juntas, y bueno, amigas mellizas juntas forever.
Es raro pero creo que nunca había escrito sobre el duelo después de que ella se muriera. Después de todo lo que le escribí y todo lo que nos escribimos, se murió y ya no le pude escribir más.
Quizá esto no sea de todo verdad. Lo cierto es que no recuerdo bien todo lo que escribí en esa época, que fue mucho y bastante alucinado. O no. Bueno, está en esas decenas de libretas que me he ido encontrando por ahí, y que ya no sé dónde están. Lo que sí creo es que no elaboré ese duelo escribiendo.
He leído a Silvia Nanclares en este textito contar sobre el duelo de su padre y me he acordado de cosas. Es raro pasar el duelo de adolescente, hay cosas que me pasaron y que no me supusieron para nada algo extraño. Yo también la vi. La vi después de muerta. Me la crucé, una, dos, tres, cuatro, muchas veces. La veía entre la gente, por un segundo me ponía de puntillas para llamarla y acto seguido ráfaga fría en la espalda: Es imposible. Está muerta. Nunca me pareció algo anormal. Cómo no iba a verla en todos sitios si no podía concebir la idea de que no fuera a verla nunca más. Esa es la sensación más rara para mí de la muerte de alguien que forma parte de tu vida: puedes hacerte a la idea de que durante un tiempo no va a estar, pero cómo entender que de repente ya nunca más volverás a compartir nada con esa persona, que ya no vivirá nunca más. Es raro.
Lo viví tranquila. Me identifico con esa sensación de culpabilidad de la que habla Silvia, sentirse culpable porque tu vida sigue, por alegrarte de cosas, por hacer planes, por no anclarte. No me atormentaba, pero lo sentía como un zumbido constante. Una especie de ¿cómo puedo seguir con la vida si ella se ha muerto, si ya no está? Todo debería pararse, freno, silbido del tren, todos bájense aquí. Hagamos un ritual, no sé. Algo, un año en blanco, un año de silencio, que el mundo te ofrende un año al menos. También la sensación de volver al instituto a la vuelta del verano, después de esas últimas semanas entre el accidente, la uci, el entierro, fin de las clases. Volver y caminar por los pasillos con esa ausencia, y con la sensación de "tú no deberías haberme dejado, haciendo todo esto sola". ¿Qué es el instituto sin ti?
El ritmo frenético de los dos meses siguientes. Silvia dice que es como si la muerte de su padre les hubiera infundido vida, yo pienso que el cuerpo es muy sabio. Mi sabio cuerpo de dieciseis años puso distancia. Otra ciudad, otro sol, otra gente que no me mirara cada día con el hueco en los ojos. Volvimos al instituto, me metí en mil cosas, hice amigxs nuevxs. Empecé con un chico, ¿dónde estás y qué voy a hacer para contarte esto ahora? Pasaron ocho meses hasta que llegó el momento: no comer, no dormir, escribir a las 4 de la mañana filosofías extrañas sobre las ecuaciones de lo que se dice que es amor. No sé. Llegó, pasó y se fue. Ya era excéntrica, ya era la niña inteligente, ¿una genia algún día? Todo entraba dentro de mi forma de entender la vida. No lo pensaba, no me resultaba extraño. Tampoco me resultaba extraño querer morirme o escribir cartas de despedida a mis amigxs diciendo que estarían mejor sin mí. No sé. Es extraño y difuso encontrar la línea que separa la fortaleza interior y el bucle, el mirarlo desde el otro lado.
Recuerdo como si hubiera sido esta mañana un momento de lúcidez autoprotectora o debilidad visto desde el bucle en que le dije a mi padre: Es que no sé ni siquiera si quiero estar viva o no. Y él me contestó: es lo normal pensar eso a tu edad. Mal. Ahora me toca decirme a mi esa yo sentada en una terraza con un agujero negro en el pecho que mi vida importa. Tu vida importa. No es asumible que no sepas si quieres estar viva o muerta, es una señal de alarma, sirenas, atención preparen boxes de amor y reconocimiento. Quédate conmigo, quédate con nosotros. Vas a hacer que tu vida sea algo que te haga querer vivir cada día más. Como los días buenos, pero siempre.
Esta es la fortaleza. No sólo puedes apoyar a lxs demás. Eres tan fuerte como para curarte a ti misma.
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